"Quien haya hecho la campaña de Ayuso ha sido inteligente, pero un sinvergüenza"

Hubo un tiempo en el que a Ana Labordeta (Zaragoza, 1965) le hubiera gustado tener otro apellido. Por ejemplo, un López o un Díaz con el que pasar desapercibida en sitios como la escuela de arte dramático de su ciudad natal. “Bueno, tú estás aquí por ser hija de Labordeta”, le dijeron. Y le dolió. Se vino a Madrid y renegó de la sangre paterna.

Hoy se le iluminan los ojos cuando recuerda al cantautor, escritor y político que le animó a abrirse dos cuentas en el banco para administrar mejor el dinero. “Y eso que él era un desastre”, bromea. Tiene en casa un rincón que lo recuerda cada día con una foto, una postal que le mandó desde la isla de Hierro, mientras grababa el programa de televisión ‘Un país en la mochila’, y una pluma. “Lo he querido tanto que me parece bonito hacerle ese homenaje. Me reconforta”, dice.

Labordeta abandonó Filología Hispánica cuando vio que lo suyo era ser actriz. Y ahí sigue, después de una carrera en la que ha participado en series como ‘Velvet’, ‘Vis a vis’, ‘Amar es para siempre’ y ‘Madres’. “No soy una actriz famosa, soy actriz de pico y pala”, reconoce. Dice que actuar con Héctor Alterio en teatro con la obra ‘El padre’, la misma que llevaron al cine Anthony Hopkins y Olivia Colmann, es uno de los mejores regalos que le ha dado la vida.

Preguntas. Mi mejor amiga también nació en Zaragoza, y desde que la conozco, cada vez que quiere justificar alguna de sus decisiones lo resume en un escueto: “Es que soy de Aragón”.

Respuesta.Tiene un poco de morro tu amiga, ¿eh?

P. ¿Usted recurre mucho a ello?

R. A medida que cumplo años, me doy cuenta de que Aragón lo tengo muy interiorizado, mucho más de lo que yo pensaba. El paisaje, el cierzo, el carácter… aunque hubo una época en la que me alejé de mi tierra, puse distancia con ella y con el apellido Labordeta. Eso permaneció en mí durante años, pero de repente me di cuenta de que era todo mentira.

P. Eso es cosa de la nostalgia, de las ausencias, ¿no?

R. No tiene tanto que ver con la ausencia de papá, es algo que vino antes. Cuando me vine a Madrid quería saber quién era yo, porque apellidarse Labordeta pesaba mucho y tuve una situación muy concreta en la escuela de arte dramático. Alguien me dijo:” Bueno, tú has entrado por ser hija de Labordeta”. Eso con 18 años fue una puñalada en todos lados. Tenía que saber quién era y cuánto valía sin apoyaturas. Me vine con 19 años y ahí es cuando corté con todo. Dejé de leer lo que escribía mi padre y mi tío Miguel (poeta de la generación de la posguerra). Al cabo de los diez años me di cuenta de que tomé la decisión adecuada, pero los vínculos son los vínculos.

P. Usted estudió Filología Hispánica…

R. Me gusta mucho la literatura y la lengua, soy una gran lectora, pero no lo escogí por vocación, más bien porque dentro de las posibilidades que había, era lo más cercano a mí. Pero la carrera no la acabé, porque al mismo tiempo empecé a estudiar Arte Dramático en Zaragoza y creo que fui tres días a la facultad. Yo veía en casa las dos caras: la seguridad laboral de mi madre, que era profesora, y luego estaba mi padre, cogiéndose la guitarra para ir por ahí a dar conciertos.

P. Optó por lo incierto…

R. Sí, por la locura y lo inestable, pero también elegí la pasión y uno de los oficios más bellos del planeta.

Recuerdo que vi una función de teatro de Ariane Mushkin en el Théâtre du Soleil y me dije: “Ahí quiero estar yo”

P. Voy a hacerle una pregunta poco original. ¿A qué actor o actriz se quería parecer cuando empezó?

R. Quería ser Katherine Hepburn, Greta Garbo y Marilyn Monroe. Pero recuerdo que vi una función de teatro de Ariane Mushkin en el Théâtre du Soleil y me dije: “Ahí quiero estar yo”. Fue en el festival de Avignon, una trilogía de Shakespeare.

P. Cuando viene a Madrid, deseando apellidarse López, no lo tuvo fácil…

R. De esa época tengo un recuerdo maravilloso. Me acuerdo perfectamente de cómo iba vestida el día que cogí el tren de Zaragoza a Madrid, con una gorra y un abrigo negro de mi abuela. Recuerdo llegar a Chamartín después de cinco o seis horas de viaje, y en cuanto pisé esa estación tuve la sensación inmediata de que Madrid iba a ser mi ciudad.

Empecé a estudiar con gente increíble, como José Carlos Plaza, William Layton, Miguel Narros, y descubrí la profesión. Al principio dormía en un cuartucho sin ventanas en la calle del Prado, encima de un armario, pero era la mujer más feliz del mundo.

P. ¿Vive usted en el piso de Gran Vía que se compró poco después?

R. Sí, me encanta el centro. La gente, la noche, los fines de semana. Me encanta el revuelo. Vivo en la misma casa desde hace 22 años, en un edificio de la calle Infantas. De todos los que entramos más o menos a la vez, la única que sigue soy yo, ya soy parte del paisaje. Madrid puede ser una urbe muy agresiva, pero tiene todavía esa cosa de barrio, esa esencia.

P. Ayer paseaba por la zona del monasterio de la Encarnación, tan cercana al bullicio de Sol, y vi varios carteles en los balcones lamentando que se estén expulsando a los vecinos del centro. ¿Cómo valora el cambio en estas dos décadas como vecina de esa zona?

R. Mira, te cuento una cosa que es puramente sensitiva. Con esta pandemia en mi barrio ha desaparecido el ruido que era el más presente: el de las ruedas de las maletas. Es una zona que se ha llenado de pisos turísticos, que es un negocio para mucha gente, pero si no está reglamentado, es terrible. Tendría que estar regulado de una manera muy potente, porque para los vecinos puede llegar a ser insoportable. También ha desaparecido pequeño comercio, aunque hay bares que siguen ahí a pesar de los años. Bueno, todo evoluciona, para lo bueno y lo malo. ¿Ves? A lo mejor eso sí es nostalgia.

Cuando era pequeña, mi padre era un hombre que se iba los jueves a cantar de pueblo el pueblo y volvía los domingos por la noche

P. Sé que le encanta pasear con su perra Ara, pero me gustaría que habláramos de los paseos que se daba con su padre, José Antonio Labordeta.

R. Es que él era muy paseador.

P. ¿Cómo llevaba lo de caminar con alguien tan famoso a su lado?

R. Pues tuvimos nuestras etapas (sonríe). Cuando era pequeña, mi padre era un hombre que se iba los jueves a cantar de pueblo el pueblo y volvía los domingos por la noche, y luego trabajaba lunes, martes y miércoles. Quien nos ha criado era mi madre y mi abuela, así que el fin de semana que mi padre no tenía bolos, para mí era una fiesta. Iba con él de la mano y cuando íbamos con el paseo de la Independencia de Zaragoza era un horror. Porque además de que todo el mundo le conocía, le daba mucho a la sin hueso y le encantaba hablar con todo el mundo. Ese momento, que era para mí, se convertía en el del resto, así que lo pasaba fatal.

Luego aquello cambió y sentía mucho orgullo y admiración. La gente le paraba, le sonreía o le miraba con simpatía, y era un orgullo muy grande. Mi padre era un hombre muy querido, pero recuerdo una vez que íbamos por la Gran Vía de Madrid y vi venir a un señor con su esposa. Cuando pasó junto a mi padre le escupió a los pies. No te imaginas cómo me puse, aragonesa como diría tu amiga, me subió todo el cierzo. Pero mi padre me dijo: “Tranquila, no pasa nada”. ¿Me estoy enrollando mucho, verdad?

P. A eso hemos venido, no se preocupe. Su padre hizo muchas cosas en una época y una España con muchas sombras…

Seamos claro, no eran sombras, era una dictadura. Tuvo que jugar mucho con la censura, porque hoy somos libres, aunque se juegue con la palabra libertad. Si pensabas lo mismo que el Régimen podías decir lo que quisieras, si no, podías ir a la cárcel con mucha facilidad. Mi padre se jugó el tipo muchas veces, pero tuvo la suerte de sortear con aquello. La noche del 23F no la pasó en casa, porque sabía que si aquello iba para adelante, él estaba en unas listas. Eso es terrible y me siento afortunada, porque tengo la información de lo que han pasado mis seres queridos. Mis abuelos, mis padres… Me da mucha rabia que haya gente joven que desconozca que hasta hace poco tiempo en este país no había libertad. Me indigna que esa palabra tan hermosa que ha costado muertes, lucha, encarcelamientos, se manosee. Es que me duele y me cabrea. Quien haya hecho la campaña electoral de Ayuso ha sido muy inteligente, pero también un sinvergüenza.

P. Hablábamos antes de cómo gestionaba la fama ajena, pero hablemos de la suya. Usted ha hecho muchas cosas, pero puede pasear tranquilamente por la calle…

R. Sí, claro, totalmente. Yo no soy una actriz famosa, soy actriz de pico y pala. Mi carrera se ha desarrollado fundamentalmente en el teatro y no en la tele, que es algo inmediato y que llega a mucho público. Vamos, que yo puedo ir por la calle en bragas y en sujetador y no pasará nada. Si haces algo puntual, como los dos años que estuve en ‘Amar es para siempre’, te paran, pero tampoco era una locura. Ahora con ‘Madres’ también, pero no soy famosa.

Veo que hay gente que se obsesiona con la fama y con las redes sociales. Contestan todo el rato, reaccionan, todo lo cuentan, y creo que el peligro hoy está ahí. También creo que en concreto Instagram está muy sexualizado, tanto filtro, tanta eterna juventud… me parece innecesaria.

P. ¿Alguna vez ha sentido que la edad o la imagen ha sido un obstáculo en su carrera?

R. En esta profesión importa mucho, aunque yo haya tardado en darme cuenta. Siempre pensaba que lo importante era ser una gran actriz, y de hecho lo sigo pensando; y aunque en el teatro la imagen importa menos, en el cine y en la tele pesa mucho.

Creo que es muy importante aceptarse como lo que una es. Ahí radica el gran secreto de la vida, aunque me haya costado. Tengo una nariz grande, soy bajita, soy culona… pero esta soy yo y me gusta, aunque las protas de las series y las pelis siempre son guapas y es el canon que funciona. Una mujer va cumpliendo años y se hace vieja y un hombre, en cambio, se hace maduro y atractivo. Creo que empieza a haber un cambio y movimientos como el #Metoo hace que haya más diversidad, pero no bajemos la guardia. Hay que seguir currando y hay que ser feminista.

¿Que soy cuidadora? Sí, y a mucha honra. Cuido de mi madre, de mis amigos, de mi perra, y ellos me cuidan a mí. Doy y me gusta recibir

P. No conozco a nadie que hable mal de usted. ¿Se siente querida en la profesión?

R. Mucho. Me siento querida y muy afortunada por los proyectos que he tenido. Casi siempre he estado en elencos de compañeros y compañeras con los que he trabajado muy a gusto y se han convertido en amigos. Pero esto es un toma y daca, yo también les cuido y les quiero.

P. Tiene pinta de cuidar bien…

R. Sí, pero también me gusta que me cuiden.

P. La pandemia ha revelado mucho la atención que le hemos dedicado a este asunto…

R. Y que las mujeres somos las grandes cuidadoras. Por cultura, por educación, nos han colocado en ese papel. Mi pareja murió hace dos años y medio después de dos años con un cáncer brutal y fui muy feliz dedicándole mi tiempo. ¿Que soy cuidadora? Sí, y a mucha honra. Cuido de mi madre, de mis amigos, de mi perra, y ellos me cuidan a mí. Doy y me gusta recibir.

P. En el 2019 usted decía que lo tenía complicado a la hora de votar…

R. Te lo has leído todo, maja.

P. ¿Lo tiene más fácil ahora?

R. Mira, no te digo lo que he hecho porque no debo. Tardé en tomar una decisión esta vez, y no lo volvería a hacer. Le di muchas vueltas, muchas, hasta que una mañana me decidí. A los dos días me arrepentí. Estoy bastante decepcionada.

P. ¿Se esperaba los resultados de Madrid?

R. Sí. Es más, lo hablaba con mi compañero Carlos Bardem. Él es un gran optimista y estaba convencido de que iba a haber prácticamente un empate entre bloques, y le dije que iba a ganar Ayuso por goleada. No hacía falta más que salir a la calle y hablar con la gente. Mira, podría dedicarme a hacer sondeos.

Héctor Alterio es poco hablador, es más bien un escuchante. Pero cómo mira, cómo abraza, y cuánto te da en el escenario

P. ¿Cómo es trabajar con Héctor Alterio?

R. (Suspira) Es lo maravilloso de esta profesión, cuando puedes tener ese regalo de compañero. Es un grandísimo actor, porque lo que hace en el escenario no tiene nombre, es otro nivel, otra galaxia. Pero como ser humano, después de convivir tantas horas con él, en las giras… es de una categoría, una calidez y una generosidad… Es poco hablador, es más bien un escuchante. Pero cómo mira, cómo abraza, y cuánto te da en el escenario.

P. A los que nos gusta dar abrazos esta pandemia nos ha puesto a prueba…

R. Yo lo he llevado fatal. Fíjate cómo ha sido que a mi perra, a la que achucho constantemente, como al principio teníamos tan poca información, estuve dos meses más o menos sin apenas acariciarla. Yo lo lleva mal, pero ella... Porque yo lo razonaba, y la recuerdo como un alma en pena, me miraba sin entender nada.

P. ¿Pasó con ella el confinamiento?

R. Lo pasé con mi madre, en Zaragoza, me fui tres días antes de que nos encerraran. Ahí estuvimos las dos sin abrazarnos.

P. ¿Cómo fue convivir de nuevo con ella? ¿Hubo fricciones?

R. ¿Sabes qué pasa? Que la situación externa era tan potente, había tan poca frivolidad y tanto drama, que no cabía una fricción. Sí había pequeñas cosas que nos tomábamos a risa. Ella lleva muchos años viviendo sola y yo también. Es calurosa y yo friolera y nos pasábamos todo el rato tocando el termostato (sonríe).

P. ¿Con qué está ahora Ana Labordeta?

R. Huy… ¿de trabajo? Pues ahora, como buena actriz, he pedido el paro. Tenía trabajo, una serie, y tres semanas antes de empezar, se ha caído.

P. ¿Y cómo lo lleva?

R. Son muchos años en esto, así que la gimnasia de la cabeza y la inestabilidad la tienes muy ejercitada. Por ahora estoy tranquila, pero pregúntame dentro de dos semanas.