YOLANDA VEIGA
La escena debió transcurrir como la de esa viñeta del camarero, extintor en mano, que ilustra este reportaje. «Entró una pareja de treinta y tantos muy acaramelada. Nada más sentarse en la barra empezaron a besarse. Yo estaba fregando unos vasos a su lado y, aunque no quieras oír, oyes. Después de un beso infinito, la chica se separa y le pregunta al chico: 'Perdona, ¿cómo me has dicho que te llamabas?'». Oscar Solana siguió fregando, ¡sin romper un vaso! Si acaso unas cejas que casi imperceptiblemente se elevan, una risa sofocada. Cuánto menos embarazoso, en todo caso, que esa otra escena con el señor que no se quería echar gel hidroalcohólico. «Dijo que no y le explicamos que no era opcional. Entonces se lo echó en la mano y se secó en el sofá del bar. Le servimos la bebida y, un poco más tarde, me acerqué y de muy buenos modos le expliqué que el gel era obligatorio por su seguridad y por la nuestra. El hombre empezó a decirme que si se lo echaba doscientas veces al día... pero reconoció también que se había pasado». Esa es la diferencia, ilustra Solana, gerente de Taberna La Solía, en Liaño (Cantabria), entre ganar un cliente o perderlo para siempre.
«Es como cuando viene alguien a comer y le saludas: 'Buenas tardes, caballero, ¿qué tal está?, ¿tenía reserva?'. Y te suelta: 'Buff, ¡cuantas preguntas hace usted!'. Ya sabes que vas a tener un servicio complicado. Entonces mandas al camarero con más temple. Y al contrario, cuando viene un grupo montando bulla, les atiende el más serio para que frenen un poco. Porque no hay nada peor que replicar a un cliente, te ponen una mala crítica en redes sociales y te hacen un daño tremendo. Hacen falta diez buenas críticas para ganar un cliente, pero solo una mala para perder diez de golpe», advierte Nacho Lorente, al frente de una Tagliatella en Zaragoza.
A esos camareros que son también «psicólogos y hasta sacos de boxeo a veces» dedica Sergi Moreso su libro de viñetas humorísticas 'El típico bar. Si el camarero hablase...' (Lunwerg Editores). Y ahí está precisamente la virtud del buen camarero, en lo que dice... y en lo que calla. «Son unos profesionales con una sensibilidad especial, saben cuándo darte conversación y cuándo es mejor dejar a alguien tranquilo. Yo siento que necesito ganarme su simpatía, que tengo que caerles bien», confiesa Moreso. Y cuenta que la idea del libro se la dio, sin saberlo, Enric, del Bar Viu, en Barcelona, un local «con una buena selección de whiskies raros, que está muy bien para ir a tomarte el vermú». «Enric es un tío majísimo y se lo curra. Una vez le vi echar del bar a un tipo que estaba montando jaleo. Paró la música y lo hizo. ¡Qué elegante!». En su repaso ilustrado. Moreso recrea con mucha guasa esas citas de Tinder en el bar, a un tipo pidiendo 'la última', el paisanaje que se ve (se veía) de madrugada... Algunas escenas vividas en el bar de Enric; otras en el de Joan, que regenta el Lupara, un local de poteo en el barcelonés barrio de Santa Catalina. «Joan es un crack, forma parte de la personalidad del barrio». Así que, a ellos y a todos, «este homenaje», una oda al sufrido camarero. A ese tipo que casi hemos hecho de la familia.
«Ponme lo del otro día»
«Muchos clientes te dicen: 'Ponme lo del otro día'. Les gusta que te acuerdes, que les saludes por el nombre. Y tú piensas: '¿Y qué le puse a esta señora?'. Porque a veces no te acuerdas. Entonces saludas amable, le dices: 'Sí, ponemos ese café, ¿verdad? Y te dice: 'No, era un té'. Y te viene a la cabeza, es verdad, era un té. Es mejor así que preguntar directamente '¿qué era?'. Porque alguno se puede ofender», explica Óscar Solana, veinte años en la brecha, cuatro veces campeón de España de coctelería.
Esa familiaridad viene muchas veces de un cliente con un día malo que llega al bar «y lo suelta». «La gente dice que un café es caro, pero es que un café es más que un café. Has salido de casa corriendo ya desde la mañana, estresado, has tenido un problema en el trabajo... y entras al bar y el camarero te pone buena cara: '¿Qué tal todo?' Y entonces descargas: 'Pues mal, porque menuda movida con el jefe...'».
«El camarero es del mismo equipo de fútbol que el cliente»
No queremos poner en un compromiso a Óscar y a Nacho, los dos camareros que se erigen en voz del gremio en este reportaje. Así que no les preguntamos ni de qué equipo de fútbol son ni a quién votan. «El camarero es siempre del mismo equipo que el cliente. Porque, si dices que eres del Madrid, ya sabes que los del Barça te van a 'atacar' cada vez que haya partido», explica Óscar Solana. Él, personalmente, no es muy futbolero, pero está al tanto de la actualidad. «Es importante leer el periódico todos los días. Porque te viene un cliente comentando: '¡Hay que ver cómo se ha puesto la cosa en Madrid con la Covid!', y tú tienes que saber que han cerrado no sé cuántas calles. Quizá no sabes qué hizo el Real Madrid ayer, pero al menos debes saber que jugaba...». ¿Y con la política, hasta dónde se puede uno deslizar? «Con esos temas hay que echar siempre un paso para atrás», recomienda Nacho Lorente, al que no se le olvida alguna situación delicada vivida en su restaurante a cuenta del conflicto catalán:«No era raro que la gente se empezara a meter en voz alta con los catalanes. Pero alguna vez coincidió que al lado había comiendo un grupo de catalanes acribillándoles a miradas. Entonces te acercabas a los primeros y les decías que por favor opinasen en voz más baja. Y entonces pasaban dos cosas, o bajaban la voz o te soltaban eso de: 'Que se jodan, que esto es una democracia'».
Lo que se dice de que son psicólogos. «Sí lo somos, sí. Recuerdo una vez a una señora que vino a comer. Estaba sola y según se sentó a la mesa se echó a llorar. Entonces el encargado del restaurante se sentó con ella y, sin preguntar nada, le dijo: 'No la conozco, pero sepa que no va a quedarse sola'», relata Nacho Lorente. Esas, dice, son las situaciones más delicadas, «igual que cuando una pareja discute y uno de los dos se va del bar. Pues te acercas al otro y le dices: 'No pasa nada, no se preocupe'».
Lo mismo que cuando la cosa acaba mal, cuando acaba bien se suele ver venir también. «Yo veo entrar a alguien al bar y, según cómo se siente, ya sé que ánimo trae. Si viene enfadado, saca la silla casi de golpe, pero si está relajado lo hace suave, cruza las piernas... Y entonces el camarero dice: 'Estoy con usted en dos segundos'. Y la respuesta es: 'Tranquilo, no hay prisa'. Cuando pillas a alguien enfadado te suelta: 'Ya llevo dos minutos esperando'». Por eso, insiste Solana, «hay que ir un paso por delante del cliente, anticiparse». Y, aun así, no es raro 'equivocarse'. «Si les sirves en vaso alto, querían uno bajo; si les pones sacarina, te dicen a ver si no tienes azúcar...».
– El cliente tiene la razón... Eso se dice, al menos.
– Eso es un mal dicho. Otra cosa es que trates de agradar. Eso sí. El otro día vino un cliente a comer y nos preguntó cómo servíamos el pan. Ahora no lo ponemos en cesta de mimbre, sino en unas cestitas de plástico que se meten al lavavajillas. Se lo explicamos, pero insistió en que a él, el pan se lo pusiéramos encima del plato, no en la cesta. El plato se reutiliza igual que la cesta, pero bueno, se lo sirves así y ya está –relata Nacho Lorente–.
Lamentan los entrevistados que con la pandemia, además de psicólogos, los camareros tienen que ejercer también «de policías, porque no es raro que entre gente sin mascarilla. ¡Y no solo gente joven! Más bien mayor». No nos lo vamos a creer el día que volvamos a entrar sin ella y podamos ver esa sonrisa ancha del camarero que ahora se intuye en los ojillos que se achinan un poco al saludar. «No quiero sonar trágico, pero ver tantos bares cerrados tras la pandemia... Yo noto un agujero», confiesa Sergi Moreso. Y se acuerda de cuando empezó a ilustrar su libro de viñetas, un trabajo previo al coronavirus. «Cuando se hacía vida en la calle, en una terraza...». Cuando te juntabas en «el típico bar» que dice el título.
El psicólogo responde... el de verdad
-¿Por qué nos 'confesamos' con el camarero?
-Vas a un bar, bebes alcohol y te desinhibes, empiezas a soltar... Hay gente que lo está pasando mal y necesita desahogarse. El problema es que hay personas con problemáticas muy fuertes que buscan en el bar la vía de escape. Eso genera una sensación de alivio puntual porque verbalizas tu problema, pero al día siguiente en tu vida no ha cambiado nada, sigues igual de mal -explica el psicólogo clínica Juan Castillah.
- ¿Les molesta que digan eso de que los camareros son un poco psicólogos?
- No nos sienta bien. Es importante que la gente pueda expresar sus sentimientos, y el camarero te va a escuchar, te va incluso a aconsejar alguna vez. Pero los psicólogos somos los que tenemos herramientas para que las personas sanen. La psicología no son consejos.
- ¿Por qué el camarero nos resulta una figura amable?
- Porque es una figura de referencia. Vas y sabes que va a estar, que no te va a fallar. Es una prolongación de la vida familiar sin ser familiar. Me acuerdo de la mítica serie de televisión 'Cheers'. Cuando entraba Norm todos le saludaban por su nombre.
- ¿Vale cualquiera para ser camarero?
- Es una profesión de servicio al otro y los camareros tienen claro que hay que satisfacer al cliente. Normalmente son afables y extrovertidos. Un introvertido lo pasa mal en un puesto así.
- ¿El psicólogo también se 'confiesa' con el camarero?
- ¡Yo muchas veces, ja, ja...! No, los psicólogos van al psicólogo. Necesitamos canales para expresarnos.
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