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Apenas llevaba minuto y medio en el plató cuando la menor de 17 años fue abucheada por el público que la observaba. “¿¡Qué bebisteis ese día!? ¡Cuéntalo!”, fue la primera pregunta, los gritos, que escuchó de boca de un colaborador Diana Shurygina, víctima de una violación durante una fiesta. “Había bebido vodka”, respondió con voz nerviosa entre los murmullos de fondo. La grada se revolvió y el inquisidor aumentó aún más su agresividad. “¿Y cuánto? ¿Una botella? ¿Media botella? ¿No lo recuerdas? ¡Con sinceridad! ¡Con sinceridad!”, fue la siguiente ráfaga contra la joven, quien apenas atinó a responder, atosigada por las voces de fondo y por la presencia de la madre de su agresor en el sofá de enfrente: “Tomé unos pocos vasitos, solo unos culines”.
Fue el primero de los cinco espacios que el programa ruso Pust govoriat (Que digan lo que quieran, en castellano) dedicó a la joven. Con ellos logró audiencias colosales. Un mes antes de su emisión, en diciembre de 2016, su agresor había sido condenado en firme a más de ocho años de cárcel. Los informes médicos y policiales (bajo sumario por ser una menor) probaron, entre otras cosas, que golpeó a la víctima tras encerrarse con ella en la habitación. Pero ahora se trataba de un juicio diferente. Días después del espectáculo, Diana y su familia tuvieron que abandonar su ciudad por los ataques que recibían. Para muchos vecinos, sus explicaciones ante las cámaras demostraban que era una irresponsable, una provocadora que había traído la ruina del condenado. Para Pust govoriat, el fenómeno Diana fue un filón de oro y dedicó otros capítulos a su relación con otro mayor, su carrera de instagramer y los memes que circulaban sobre ella. Burger King llegó a lanzar una campaña con la silueta de sus dedos cuando indicaba que solo había bebido “unos culines”. Aquello se convirtió en un debate nacional entre dos bandos, el de Diana y el del condenado, cuya pena sería revisada después por arresto domiciliario.
Pust govoriat no es solo uno de los programas más polémicos de Rusia: también es uno de los más veteranos. El pasado 23 de julio de 2021 cumplió dos décadas si se incluyen sus dos formatos originales. El primero, Gran colada, debutó en el verano de 2001. Según una crónica de la época del diario Izhvestia, el canal público Pervy Kanal (entonces ORT) se inspiró en aquellos años en las televisiones occidentales para cambiar de arriba abajo su parrilla. El periodo estival era el mejor para probar nuevas propuestas sin riesgo, y la idea de este formato era muy sencilla: “Mientras pones la lavadora te sientas a escuchar un programa de entrevistas”. Se programó a las cuatro de la tarde y su apuesta por el “relato social” triunfó: sus historias abarcaban desde matrimonios aburridos e infidelidades a las desventuras del hombre de provincia en Moscú. “Una telenovela sin guion escrito”, afirmaban entonces sus propios productores. La otra clave, sin duda, fue quien sería su presentador durante 16 temporadas, Andréi Malájov, capaz de exprimir ante la cámara las emociones más íntimas de sus invitados.
La segunda época del programa tuvo lugar entre 2003 y 2004, cuando la dirección del canal lo renombró como Cinco tardes porque quiso alejarse de la frivolidad y darle un tono más sobrio y respetable, apostando por debates sobre grandes temas sociales y la política internacional. Su eslogan lo decía todo: “Malájov ha vuelto más serio”.
El decoro duró un suspiro y para salvar la audiencia acabaron hablando de vez en cuando de temas tan relevantes como la virginidad de los participantes de Dom-2, el Gran Hermano ruso. Tras las vacaciones de agosto, el presentador regresó con Pust govoriat, un giro de 180 grados cuya filosofía sigue siendo ley en la descripción de su web: “Las historias reales llegan más al alma que las discusiones pretenciosas sobre temas generales, porque cuando traemos a debatir el problema particular de un individuo, de una familia, hablamos de lo que nos preocupa a todos sin excepción”.
El antihéroe del programa es habitualmente un ciudadano anónimo, alguien que podría ser el vecino de enfrente y que busca amparo frente a las crueldades de la vida. Sin embargo, en otras ocasiones se juega con exhibir a la víctima frente a la causa de sus desgracias. Una emisión reciente se promocionaba preguntando “cómo una pareja llega a convertirse en una amenaza del uno para el otro”. Su invitado era el marido de una profesora a la que encerró en un cuarto y agredió durante tres semanas. Apenas pesaba 35 kilos cuando salió. “¡No! ¡No! Mi hijo no pudo haberlo hecho. No sé si ella se cayó, ¡pero él no lo hizo!”, decía entre lágrimas la madre del hombre mientras el canal público mostraba en bucle fotos de los hematomas y otras heridas de la mujer en el hospital.
Además, Pust govoriat también tiene hueco para los famosos. Lindsay Lohan exigió entrevistar a Putin para hablar allí de su divorcio con un multimillonario ruso, y algunas celebridades han protagonizado episodios sonados. Uno de ellos fue el que se centró en la presentadora Dana Borísova, cuyo programa se grabó días antes “para no darte alternativa”, como le dijo Malájov en un discurso a cámara al final. La madre de la periodista contaba allí, hundida, que su hija era adicta a las drogas, algo que el propio conductor del espacio reconoció “y había callado dos años”. Mientras se emitía el programa con una petición de donaciones para ayudarla, el presentador y otros conocidos acudieron a su casa para ingresarla en una clínica de rehabilitación.
Pust govoriat ha creado escuela y hay versiones en cadenas privadas aún más agresivas, como Masculino/Femenino. Y aunque el programa no olvida que a veces debe dar un respiro al espectador con temas ligeros como Eurovisión o los fenómenos virales de internet, sus dos décadas de éxito se sustentan en lo que algunos rusos comparan con los relatos de Antón Chéjov: historias de fracasados, infelices, mentirosos... donde la siguiente es más dura que la anterior.
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