“Juro por la Constitución, la Ley, este reglamento, y por José Manuel Parada, mi hijo degollado…”.
La declaración de María Maluenda era simbólica en tantos aspectos que cuesta detallarlos todos. A las 10 de la mañana del 11 de marzo de 1990, con el país formalmente aún bajo el gobierno de Augusto Pinochet, a la diputada electa le había correspondido ser la primera presidenta de la reinstalada Cámara de Diputados que sesionaba en un edificio a medio terminar en Valparaíso, aunque fuera por unos minutos y por un elemento formal: alguien tenía que estar al mando hasta que los parlamentarios tomaran posesión legal de sus cargos y se eligiera, un rato después, a la primera mesa directiva.
Que Maluenda estuviera en esa posición era un guiño del destino. Actriz, militante del Partido Comunista antes del golpe de Estado, quien había sido suspendida por el PC en 1987, porque ella apoyaba al movimiento por las elecciones libres, y madre de una de las víctimas de uno de los crímenes más recordados del régimen militar, la diputada electa por el PPD -partido al que se había afiliado en 1987- había llegado a la testera por ser el legislador electo de mayor edad, una fórmula que se evaluó, pero se descartó, en el caso de la Convención Constitucional que comenzará este domingo sus sesiones. Y la frase de la parlamentaria -fallecida en 2011 y también abuela de Javiera Parada, hoy jefa de campaña de Ignacio Briones- la recuerda hoy José Antonio Viera-Gallo, quien, justamente, ganaría la elección entre los legisladores y se convertiría, momentos después, en el primer presidente elegido de la reinstalada Cámara Baja.
“La Ley Orgánica del Congreso Nacional había establecido que presidía la sesión el parlamentario más antiguo, que era María Maluenda. Entonces ella abrió la sesión y tomó el juramento, y después se hizo la elección”, explica Viera-Gallo, quien también era parte del PPD en ese momento, y luego, desde el PS, ocuparía otros cargos de relevancia como senador, ministro de Estado y miembro del Tribunal Constitucional. Para recalcar la potencia de ese momento, agrega: “Al inaugurar la Cámara, María se salió del reglamento. Y recordemos que Pinochet aún no entregaba el mando”.
Con Pinochet presente en Valparaíso para entregar el poder a Patricio Aylwin, no fue el único gesto de repudio que aludía a su régimen. “A mí me tocó estar sentado justo al frente del dictador”, recuerda sobre ese día Camilo Escalona, entonces un joven diputado electo por el Partido Socialista. “Yo me había puesto en la solapa una imagen de Carlos Lorca y el viejo me miraba con cara de odio”. Lorca, por cierto, era uno de los miembros emblemáticos de las directivas del PS que fue detenido desaparecido durante el régimen militar.
El escenario completo era incierto y se avanzaba en tanteos, paso a paso, en la construcción de pequeños acuerdos y confianzas. Mientras juraba la Cámara Baja, en el Senado, por ejemplo, ocurría una de las jugadas políticas más comentadas de la jornada: en representación de la UDI, el senador electo Jaime Guzmán comprometía sus votos para que el primer presidente fuera Gabriel Valdés, un histórico dirigente DC cuya candidatura corría riesgo de no alcanzar la mayoría si los senadores de la entrante oposición se alineaban con los designados.
El entonces diputado y actual senador de la UDI Juan Antonio Coloma, quien ha sido miembro del Parlamento desde ese momento hasta la actualidad, se acuerda de ese día como si fuera ayer: “Pese a las diferencias, se percibía una sensación de misión conjunta, y eso era lo más importante”.
Hace más de 31 años, en un ambiente de mucho nerviosismo y mediciones de fuerza entre la naciente Concertación y el bloque opositor de derecha, por entonces muy ligada al general Augusto Pinochet, se instaló en Valparaíso el primer Congreso (Cámara de Diputados y Senado), tras la recuperación de la democracia.
Varios protagonistas de aquella jornada coinciden que, pese a las tres décadas de diferencia, existen similitudes con la sesión inaugural de la Convención, que reúne este domingo por primera vez a los 155 constituyentes.
Otro, sin embargo, señalan que los momentos y las figuras son muy diferentes e incomparables, para bien o para mal.
“Es un momento muy distinto, pero también muy igual”, afirma Héctor Soto, columnista de La Tercera y que cubrió esa época en el Parlamento. “En ambos casos la pulsión dominante es cerrar un ciclo y abrir otro. En ambos, la carga de expectativas fue enorme. Grande el año 90 y francamente gigantesca ahora. Y también en ambos casos los temores están asociados al desmantelamiento. Del legado de dictadura ayer, del legado del Chile hijo de la modernización ahora. Un escéptico diría que el 90 no fue ni tanto ni tan poco: se cambiaron algunas cosas, pero se preservaron tanto las bases del sistema político, como del modelo. Un alma temerosa, en cambio, diría que ahora la cosa viene bastante más brava. El tiempo dirá”.
Aunque por estos días existe nerviosismo, en vísperas del inicio de la Convención Constitucional, e incluso se han convocado manifestaciones en las afueras del ex Congreso, el entonces senador socialista Ricardo Núñez asegura que hace tres décadas la tensión era mucho mayor.
“La primera reunión con nuestros pares de la oposición -electos y designados- fue en el subterráneo del Senado, lo que son hoy los comedores. Ahí nos encontramos, cara a cara, quienes habíamos estado tan profundamente distanciados durante la dictadura. Teníamos al frente a personajes que nos había perseguido, el ministro del Interior que habían firmado órdenes para detenernos y mi sensación fue que se juntaban expresiones de dos Chile que era muy difícil que pudieran volverse a reencontrar para construir una patria conjunta”.
De hecho, Núñez cree que el rol de ese Parlamento se cumplió. “Esos dos mundos, que no sé si aún existen, a lo menos, tuvieron la capacidad de conversar y dialogar, que fue lo más importante, con todos sus defectos, de nuestra transición. Si lo hicimos, eso lo dirá la historia, ahora son los constituyentes lo que podrán hacer, o no, la nueva patria que requiere Chile en el siglo 21”
Para Camilo Escalona, quien asumió como diputado en 1990 con 35 años, las funciones de aquel Congreso y de la actual Convención son muy distintas. “El Parlamento del 90 tenía que restablecer la confianza en que las fuerzas civiles eran capaces de gobernar el país sin tutela militar. Esa tarea se cumplió, aunque algunos hoy lo desconocen. Y ahora que hay democracia estable, la tarea de la Convención es hacer lo que el Parlamento del 90 no podía hacer, que es el redactar una nueva Constitución”.
Jorge Schaulsohn, fundador del PPD y entonces diputado por el distrito de Santiago, es más categórico: “La instalación del Congreso es exactamente al revés de todo lo que está pasando hoy con la Convención. Primero, porque nosotros sentíamos un enorme respeto por la institución, que era el Congreso Nacional, y un gran sentido de responsabilidad, porque habíamos recuperado la democracia y nuestro principal afán era cuidar las instituciones y que el Estado de derecho se respetara de forma que no volviéramos a repetir los errores que en el pasado nos había llevado a terminar de una dictadura”.
En el mismo tono, el entonces diputado Gutenberg Martínez (DC) señala: “Existía un ambiente de confianza y apuesta por un buen futuro. A pesar de las discrepancias y del largo conflicto con la dictadura había una voluntad de construir un mejor país para todos. Mucha conciencia de la responsabilidad que nos correspondía”.
Viera-Gallo advierte otras diferencias más prácticas: “Aparte de ya contar con un reglamento y la estructura de comisiones, ambas cámaras asumimos con el apoyo de un cuerpo de funcionarios que venían trabajando de antes del golpe, y que en la dictadura quedaron sumergidos en las comisiones legislativas de la Junta. Ellos no fueron despedidos y nos encontramos con funcionarios de mucha experiencia y que traían la memoria de cómo funcionaba el Parlamento. En cambio, hoy no hay nada”.
Al partir el Congreso, la presidencia de ambas cámaras era tan importante como lo es ahora la de la Convención y la prensa estaba encima de las tratativas. Pese a que la Concertación tenía la mayoría de los parlamentarios electos y podía escoger a quien dirigiera la Cámara de Diputados, no tenía los votos suficientes en el Senado debido a la figura de los senadores designados, establecida en la Constitución de 1980 y que sólo desaparecería quince años después de la instalación del Parlamento, con las reformas de Ricardo Lagos en 2005.
Para el periodista Ascanio Cavallo, quien el 11 de marzo del 90 tenía 32 años, era editor del diario La Época y había escrito dos años antes La historia oculta del régimen militar junto a Manuel Salazar y Óscar Sepúlveda, lo más sorprendente del proceso de instalación fue la elección de las mesas. “En la Cámara de Diputados la Concertación tenía mayoría e impuso con facilidad a José Antonio Viera Gallo, a quien eligió porque era el más conciliador y quien tenía más redes para todos lados. Pero lo que fue impactante fue la operación insólita de Jaime Guzmán, quien inclinó la votación por Gabriel Valdés”.
Cavallo recuerda que Guzmán golpeó a la prensa: “RN, que tenía mucha más fuerza que la UDI, quería que (Sergio Onofre) Jarpa presidiera el Senado, quien estaba muy subido a la pelota, con el apoyo de los senadores designados... y de repente aparece Guzmán con esta jugada en la que se llevó también a varios de los senadores designados y que ningún periodista captó”.
Sobre esta acción de Guzmán, el periodista Rafael Otano, editor de la desaparecida revista Apsi, y autor de Crónica de la Transición, agrega que Guzmán “con esta audaz jugada desconcertó a RN y la dejó en papel secundario. Y nada impide hoy pensar que en las primeras sesiones de la Convención surjan sorpresas desde cualquier punto del arco parlamentario”.
Sobre aquella jugada de billar, el senador Juan Antonio Coloma señala: “Fue muy importante para lo que vendría después la inspiración de Jaime Guzmán de llegar a un acuerdo en torno a las directivas parlamentarias, lo que estableció un esquema de trabajo que obligó a las confianzas mutuas”.
“No sé qué hubiera pasado sin ese acuerdo, porque marcó un camino… Creo que habría sido mucho más tenso todo”, agrega Coloma.
Viera-Gallo le da más valor a la operación de Guzmán: “Porque en la UDI eran muy pocos, tenían solo dos senadores, pero esos dos votos (Beltrán Urenda y Guzmán) eran suficientes para la mayoría”.
Viera-Gallo, entonces presidente de la Cámara, recuerda también temas más cotidianos, como que era el único que tenía oficina en el edificio, construido ad-hoc para el Parlamento por una ley promulgada en 1987 por la Junta Militar que establecía mover la sede del Parlamento a Valparaíso por motivos de descentralización, pero cuya construcción se inició recién el 20 de octubre de 1988, quince días después del triunfo del “No” en el plebiscito.
El exministro y exsenador asegura que, pese al privilegio del espacio, las condiciones hacían que finalmente su oficina terminara estando disponible y abierta para todos: “En la Cámara estaba solamente el hemiciclo y dos o tres oficinas al frente, la de la presidencia y la del secretario. Todo lo demás eran andamios. O sea, era un poco un símbolo de la democracia naciente, muy precario”.
Otano hace una analogía entre el edificio en el puerto y el Palacio Pereira: “Coincide la coyuntura en que estos dos edificios institucionales tienen aire de nuevos. Por una parte, el Congreso de Valparaíso es una construcción de planta hecha ad hoc que todavía no se encontraba terminada cuando la ocuparon senadores y diputados. Sus señorías tuvieron que aguantar algunas incomodidades durante unos meses. En el caso del Palacio Pereira, recién se ha restaurado y, a pesar de diez años de trabajo escrupuloso, es muy probable que queden aún algunos detalles para acoger al ejército de 155 constituyentes y sus cohortes. Parece que esta actual sede del Ministerio de las Culturas y de la DIBAM está como pensada para esta transitoria función histórica”.
“El edificio no terminado hacía difícil poder funcionar con tanto maestro trabajando”, recuerda Aldo Cornejo.
“Yo creo que el Senado tuvo sus primeras sesiones en lo que hoy es la cocina o un comedor de la Cámara Alta”, agrega Ascanio Cavallo.
Las condiciones eran muy precarias y no había la mínima infraestructura que permitiera funcionar adecuadamente. “Había un solo baño para todos los hombres”, agrega otro de los diputados debutantes, Alberto Espina, entonces una joven promesa política de RN, que recuerda que había que hacer fila. “No había la mínima infraestructura que permitiera funcionar adecuadamente, pero había voluntad para hacer funcionar la Cámara y generar acuerdos”, recuerda quien después llegaría a ser senador y ministro.
“El Senado se constituyó en los comedores ubicados en el primer subterráneo. Ahí se improvisó una suerte de hemiciclo. No había ninguna separación entre los senadores, los periodistas y el público, solo que nosotros estábamos de pie”, recuerda Rafael Fuentealba, entonces periodista político de La Época. “El ambiente era muy frío, en todo sentido”, recuerda Escalona refiriéndose a la temperatura del edificio y a la relación con la oposición.
Espina recuerda que el fútbol ayudó a acercar posiciones: “Organizamos un campeonato de baby fútbol que se llamó la Copa de la Amistad. Existía la convicción de que la manera de afianzar nuestro sistema democrático era generando amistad cívica, respetando la diversidad de opiniones y no caer en descalificaciones personales”.
Otra discusión que se repite hoy es la descentralización. Varios constituyentes de regiones han reclamado porque el trabajo de la Convención está inicialmente centrado en la capital.
Sobre lo que sucedió en el 90, el diputado por Valparaíso, Aldo Cornejo (DC) recuerda: “El Congreso en esa época despertó en Valparaíso gran esperanza de que contribuiría al progreso de la ciudad y generó un gran debate, el cual se transformó con el tiempo en una gran desilusión. Al mismo tiempo los congresistas discutían con frecuencia el traslado del Parlamento a Santiago. Se produjo la paradoja que, mientras la ciudad llena de esperanza hacía esfuerzos para que se quedara, varias visitas queriendo irse.
Otano reflexiona que “la objeción reside en que un poder, aunque solo posea carácter temporal, vuelve a Santiago. El centralismo, uno de los diablos contra el que quieren luchar muchos padres de la Carta Magna, se ha metido por alguna puerta. Es evidente que el ejecutivo prefiere tener a este grupo cerca para posibilitarse algún tipo de control”.
El periodista Rafael Fuentealba recuerda que “la temperatura ambiente en Santiago era que el Congreso no estaría por mucho tiempo en Valparaíso y que el edificio, aún a medio hacer, sería redestinado a otros propósitos. Había una percepción muy centralista en la política y en la prensa, y que no se calibró el sentido simbólico que, para muchos legisladores, incluso de la Concertación, tenía la sede en Valparaíso. Desde luego la derecha apoyaba mantenerlo en Valparaíso, por una mezcla de lealtad con Pinochet y un regionalismo medio rural o conservador”.
No solo los parlamentarios debutaban en un cuerpo que retomaba su vida después de 17 años. También era un escenario totalmente nuevo para muchas otras personas que estarían ligadas al mundo político. Así, al menos, lo sentían de forma muy fuerte en la prensa, que vivía sus propios movimientos internos. Por ejemplo, TVN hacía su propio “traspaso de mando” y asumía en la dirección de prensa del canal el periodista Bernardo de la Maza.
“Esa mañana, el director de prensa que había estado en la dictadura me entregó el mando de la jefatura de prensa de TVN y de inmediato empezamos a trabajar en un ambiente de mucha libertad y mucho optimismo, confiados y seguros que comenzábamos a hacer un periodismo distinto, lo cual se confirmó a los pocos meses cuando nuestro noticiario 24 Horas pasó a liderar los ratings de todos los canales de televisión que mantuvo durante muchos años”, recuerda el periodista, quien -como guiños del destino- estará este domingo en la Convención Constitucional, ya no como reportero, sino como uno de los 155 constituyentes elegidos al ganar en su postulación como independiente en cupo Evópoli en el distrito 8.
De la Maza destaca que él y las nuevas personas que llegaron al canal público trabajaron “con el equipo que venía de antes antes en TVN, gente de todos los sectores políticos, de derecha, centro e izquierda, cuyo único afán era hacer un periodismo y una televisión de calidad con independencia de los partidos y del gobierno”.
De hecho, recuerda una nota periodística del noticiero de la hora de almuerzo que hizo “un clic” en la audiencia. “Apareció la periodista Sandra Gamboa con un despacho desde el Cementerio Santa Inés, donde se realizaba una pequeña romería a la tumba del expresidente Salvador Allende encabezada por Hortensia Bussi y simpatizantes del gobierno de la Unidad Popular. Primero, la gente no tenía idea dónde estaba sepultado Allende y mucho menos podía comprender que apareciera en el noticiario del canal del Estado una romería a la tumba del expresidente Allende que por muchos años había sido lo peor que podía existir. Eso marcó de inmediato un cambio del tenor y enfoque de las noticias en ese entonces”.
La periodista Patricia Politzer, recién electa constituyente, también fue una de las protagonistas de la transmisión televisiva de esa jornada: “Para mí, el 11 de marzo fue muy emocionante, porque me tocó transmitir la ceremonia en Televisión Nacional. El canal no lo entregaron hasta que Pinochet le entregó la banda presidencial a Aylwin. Y cuando terminó esa transmisión, nos unimos a los dos conductores que estaban en pantalla -uno de ellos era Juan Guillermo Vivado- yo y Augusto Góngora, dos personas que éramos de oposición a la dictadura conduciendo un programa”.
Fuentealba marca otro clic en el cambio de dictadura a democracia: “Las credenciales para la prensa las entregó Dinacos y rigieron hasta el cambio de mando. Las válidas para las actividades de la tarde del domingo 11 y el lunes 12 (el muy famoso discurso de Aylwin en el Estadio Nacional) eran las que entregaba la comisión dispuesta por el nuevo gobierno (el sistema de cartones según de qué actividades se trataba). Creo que detrás de eso estaban Eugenio Tironi y Javier Luis Egaña”.
Quizás lo que más sintetiza todas estas vicisitudes e incertidumbre es el resumen de una crónica de Las Últimas Noticias del 25 de marzo del 90, donde se relata así la primera sesión de la Cámara. “Parlamentarios iniciaron sesiones en el Congreso en medio del ajetreo de una obra sin terminar. Faltaron sillas, máquinas y teléfonos. Andrés Aylwin, hermano del Presidente, destacó por su humildad”.
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