Si se pudiera dibujar el peor enemigo del suicidio, tomaría la forma del silencio. A lo largo de la historia ha existido un velo de oscuridad que no permitía hablar a todas aquellas personas que pensaban en acabar con su vida para terminar con su sufrimiento.
El tabú y los diversos mitos que acompañan a la conducta suicida han supuesto -y continúan haciéndolo- una importante barrera para su prevención. Una de tales creencias erróneas es la idea de que es mejor guardar silencio por su posible efecto contagio. ¿Es cierto? No. Sí. Depende. Hoy, con motivo del Día Mundial contra la Prevención del Suicidio, responderemos a esta cuestión.
La pregunta no es si hablar o no hablar del tema. Ahí la respuesta siempre será sí. Hablar supone consuelo y descanso. Informar adecuadamente ejerce como factor de protección.
Aquí la clave es cómo. Hablar del suicidio no es fácil, no lo ha sido nunca. El suicidio paraliza el latido de las personas que escuchan su nombre y quizás sea esta la razón del mutismo que genera y de los miedos que despierta.
Actualmente, la conducta suicida supone un problema de salud pública a nivel mundial. Las cifras ya superan con creces las muertes por accidentes de tráfico o por violencia de género, pero ¿dónde está el espacio para hablar del suicidio? ¿Dónde se encuentran los recursos para frenar esta tendencia? En definitiva, ¿cómo lo hacemos?
El efecto llamada o efecto Werther toma su nombre de la novela Las penas del joven Werther, publicada en 1774. En este libro, el protagonista sufre tanto por amor que decide poner fin a su vida. Tras su publicación, numerosos jóvenes de la época decidieron imitar al protagonista ante el dolor del amor no correspondido.
En el lado opuesto, se encuentra el efecto Papageno. Este personaje, procedente de La flauta mágica de W.A. Mozart, abandona la idea del suicidio cuando unos niños le hacen cambiar de opinión recordándole las alternativas posibles a la muerte. Observamos así dos efectos opuestos a la hora de hablar o informar de suicido.
El impacto de la información no debe limitarse a los posibles efectos nocivos que puede generar si se hace de forma inadecuada.
Más aún, los medios de comunicación tienen (¡deben!) un papel relevante ya que pueden actuar como factor educador y de protección. Lo hacen cuando dan a conocer a la población general una comprensión del fenómeno en boca de expertos.
Así facilitan una actitud empática, derribando la falsa idea de que hablar sobre el suicidio incrementa la posibilidad de que ocurra e informando sobre los recursos existentes y las alternativas posibles.
Se puede informar sobre personas que contemplaron el suicidio pero consiguieron sobreponerse con ayuda. O hablar sobre cómo las ideas de suicidio no son interminables, ofreciendo así esperanza y modelos adecuados.
Los medios informativos pueden tener un impacto positivo y preventivo en personas que están en riesgo siempre que se trate de forma adecuada. Por lo tanto, sí es necesario hablar del suicidio, pero siempre, recordemos, de la forma adecuada.
Son numerosos las publicaciones de este estilo para hablar sobre el suicidio en los medios de comunicación. Todas ellas destacan que debe evitarse el sensacionalismo o la idea romántica de la muerte para abordar la conducta suicida como lo que es: un fenómeno complejo y un problema de salud pública que exige un trabajo colaborativo entre todos los agentes de la sociedad. Algunas directrices son las siguientes:
- No hablar nunca del método que se utiliza. La literatura científica muestra que puede haber un efecto llamada o una repetición del método, especialmente si la persona fallecida es popular o famosa.
- No glorificar el suicidio. La persona que se suicida es alguien que no ha encontrado, por el momento, una solución mejor para acabar con su sufrimiento. Pero no es una buena forma de solucionar problemas ni un modo de afrontarlos. Es una solución permanente para una situación y un dolor que, en la inmensa mayoría de los casos, es pasajero.
- Evitar tratar el suicidio de forma unicausal, es decir, mediante simplificaciones causa-efecto. La conducta suicida es compleja y depende de multitud de factores (psicológicos, sociales, éticos, culturales, biológicos, etc.). La suma de todos ellos es lo que aumenta la probabilidad de llevar a cabo una conducta suicida.
En primer lugar, es aconsejable exponer las señales de alarma. La mayoría de personas que mueren por suicidio o intentan hacerlo suelen dar señales de aviso (expresar desesperanza, hacer testamento, cambiar rutinas y hábitos, consumir alcohol y otras drogas, etc.). Informar a la población general sobre ellas permite actuar de forma temprana.
Por otro lado, es necesario informar del suicidio como un problema de salud. Es importante hablar sobre los recursos disponibles que permiten ofrecer un espacio de ayuda a aquellas personas que se puedan encontrar en una situación parecida (llamar a una línea de atención en crisis o al 112, acudir a los servicios de salud mental, pedir ayuda a una persona cercana, etc.).
También se debe mostrar el valor positivo del apoyo de amigos, familiares y otras personas. Resulta difícil pedir ayuda o saber que está disponible si no hay lugar ni momento para hablar de ese sufrimiento. Frente al acoso de las ideas de suicidio no estamos solos, existen otras alternativas, otros recursos, otras soluciones.
La evidencia científica muestra que los medios de comunicación tienen un gran poder para sensibilizar e informar de los factores de protección existentes.
El suicidio es prevenible y es problema de todos. Romper el silencio resulta algo imprescindible. Para ello es necesaria la información, formación, sensibilización y concienciación de los diferentes miembros de la sociedad.
Hablar del suicidio de forma correcta permite dar voz a quien más lo necesita y, sobre todo, dar a conocer que no están solos, que existen alternativas y recursos, que hay vida más allá que todavía no pueden ver.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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