"Todo lo redondo es caro", dice Isabel Terroso, la sombrerera que desde su taller en la céntrica calle Claudio Coello de Madrid hace sombra a los grandes maestros de la sombrerería, Philip Treacy Stephen Jones. Pero sus piezas, artesanales y exclusivas, no son tan caras si se colocan en la balanza las horas de trabajo, los materiales de primerísima calidad y el resultado: auténticas obras de arte que algunas de sus clientas incluso exponen en vitrinas.
Su primer trabajo fue para Dior, gracias a lo que ella, ingeniera, define como "toda una casualidad de la vida". Tras siete años trabajando en el sector de la construcción naval militar, Isabel se puso el mundo por montera, uno de los tocados que más reivindica en estos momentos, y decidió dar un giro radical. No sabía qué quería hacer, pero sí que aquello no era lo suyo, así que pidió una excedencia que lo cambió todo.
Pero ¿cómo se pasa de la ingeniería naval a la sombrerería de lujo? "Es un mundo que tiene mucho de arquitectura, de ingeniería...", explica, Y que siempre le gustó para ella misma. "Bolsos y zapatos había millones, pero no sombreros". Así que decidió hacer un curso básico de sombrerería, por entretenerse, del que surgió una boina con forma de hoja. Su primer trabajo y el origen de Balel.
Salió a dar un paseo con ella y la paró una señora. "¿Dónde se ha comprado esa boina. Vengo de Londres buscando una cosa que no encuentro", recuerda. Isabel entonces trabajaba en su cocina, entre la lavadora y la secadora, usando la vitrocerámica cuando necesitaba más espacio. Pero su interlocutora trabajaba para Dior, y la firma empezó a encargarle piezas. También para Chanel.
"Me pedían tocados concretos para sus clientas. Yo cogía mis cosas, las metía en una sombrerera y me iba para allá"... Así hasta que la animaron a abrir su propio atelier, tras superar todos los 'exámenes' con nota. Y surgió Balel, su atelier de costura al estilo de los años 40, que debe su nombre a la forma en que chapurreaba su nombre cuando era pequeña.
Para Balel, que aprendió con la persona que le hacía los sombreros a Valle-Inclán, esta pieza marca la diferencia. "Mi abuelo siempre lo llevaba, de hecho lo tengo guardado. Y también recuerdo a mi abuela: cuando la veía ponerse la aguja, entraba en otra dimensión. Los sombreros son mágicos, hay algo en ello que llama mucho la atención, en quien lo lleva y en quien te ve, cuando vas tocada te tratan de otra manera. Sale una cortesía y una amabilidad diferente, que se echa en falta hoy día. Se te abren puertas que no pensabas. Un sombrero hace que el otro sea más caballero y tú más señora".
Por eso quiere reivindicarlo como una pieza del día a día, junto a un abrigo o un traje de chaqueta. "Te da una clase que hace falta recuperar", explica, "son piezas básicas que cambian un armario por completo y que empoderan: si es el adecuado la persona se viene arriba, como una diva de Hollywood, si no, estará incómoda, como con unos malos zapatos". Porque la falta de calidad y buen gusto también está haciendo mucho daño: "la línea entre llevar algo correcto y hacer el ridículo es muy finita", avisa.
En su taller hay tocados y sombreros desde 500 hasta 3.000 euros, el precio que implica un tipo de trabajo único, exclusivo, aunque en España cuesta hacerlo entender. "Parece que en la cabeza no merece la pena invertir, pero es un error, porque la sombrerería tiene que ser cara, si no, no está bien hecha", insiste.
Ella no trabaja nunca con fieltro de lana, solo con pelo de castor, un material "antiquísimo, de primerísima calidad, impermeable y que no se arruga, con el que se hacían las capas de los cocheros en 1800 en Madrid", nos explica.
Es lo primero que marca la diferencia. Pero no solo, también las hormas y técnicas centenarias que utiliza. Las primeras, muy difíciles de encontrar, las consigue en anticuarios o las encarga a luthiers. "Me gustan las líneas limpias y depuradas, no soy muy fan de poner cuatro plumas y tres lazos al estilo Philip Treacy. Él es un número uno en técnica, pero su estilo ha sido copiado hasta la saciedad. Necesitamos una sombrerería de calidad y con estilo propio", asegura.
Balel huye de hablar de tendencias y defiende "la elegancia y la sofisticación", dos conceptos en los que la montera, su última pasión, encaja de forma innegable. "Yo la veo con un traje de chaqueta, con un vestido de Dior o de Chanel, no hay que encasillarla en el típico vestido de flamenca. Mi ilusión es ver a Rosalía con ella en una alfombra roja", asegura. De momento, sus monteras triunfan en Japón y en París, "porque las francesas son pura sofisticación".
No son sus únicas referencias internacionales, muchas de sus mejores clientas llegan a su atelier desde Moscú, Los Ángeles, Londres... "También tengo muchas clientas con cáncer. Cuando se ponen un buen turbante les cambia hasta la postura, vuelven a empoderarse".
Y otro sueño más, nos confiesa: ver con uno de sus tocados a la Reina Letizia, "¿quién sino una reina puede ir vestida como una reina?".
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